Emociones que me agitan
He vivido bastante desconectada de la muerte a lo largo de mi vida. 41 años tengo ya. Los 39 no los cumplí.
Cuando tenía unos 17 años, la mejor amiga de mi hermano murió en un accidente de coche. Fue un golpe duro porque toda la familia la queríamos mucho, era muy cascabel, y muy joven.
La siguiente muerte y la primera que me hizo ser atravesada por un cilindro de acero hueco fue la de mi padre. La Navidad fue bien. El 21 de diciembre, cuando para siempre cumple años mi abuelo Pepe, me arriesgué e hice un cuentacuentos en el Bamboo Kids de Eva: Cómo encender a un dragón apagado. Invité a papá y a mamá, no pudieron venir. Yo le había puesto el nombre de Manolo a mi dragón apagado, así que de alguna manera sí que estuvo presente.
Feliz 2019
Contra todo pronóstico ni Nochebuena ni Navidad fueron en casa de ellos. Cenamos en casa de mi abuela, la matriarca, la mamá de papá, la bisabuela de Olmo. Comimos en Madrid, en casa de Ana y Sara. Papá comió a mi lado. Después de Reyes le ingresaron en la UCI, había tenido algo en el corazón (me da rabia que los médicos no digan las cosas más claras), un ataque. Todo bien. Le suben a planta. Algo no va bien… le bajan a la UCI. Cumple 73 años, y un día. «Todo va bien, esta tarde le subimos a planta.»
Y el corazón se rompió. Se rompió. Así, sin más. ¿Cómo puede ser que sea tan fácil que se rompa y a la vez tan complejo?
Yo duchaba a Olmo, Vicente abrió la puerta del baño. Nos íbamos de concierto. Ha llamado tu hermana… «tu padre». Esa cara. ¡Es mentira! No se puede haber muerto, le subían a planta esta tarde. Mi madre llegaba a la hora de la visita. Minutos antes el corazón de papá dejó de latir.
Cuando no sabes nada de la muerte
Yo no sabía nada de la muerte. Ni cómo se gestiona en emociones ni en trámites. Fuimos al hospital y decidimos agilizarlo todo. Como buen economista, gestor de tiempos y capricornio, murió un sábado. Decimos de risa que pensó en todo: El domingo fue día de velar, el lunes por la mañana entierro e incineración (y a trabajar).
Aunque había vivido con amigas la muerte de sus padres, y aun siendo una persona con bastante empatía, me di cuenta de que no tenía ni idea del vacío y del dolor que se siente… y, por supuesto, que desconocía todo lo relacionado con los velatorios. Cientos de personas, incrédulas también, se acercan a darte abrazos y compasión, amor, apoyo, y a ti sólo te brotan y brotan las lágrimas. Cuando se te apacigua la tristeza, llega más gente. Es un día tannnnnn largo y agotador. Es como un sueño. Una pesadilla. En un lugar frío, impersonal, desconocido. No sé si velar en casa, a lo irlandés, con comida y bebida, y con la persona muerta en medio del salón, es mejor idea, o no. En cualquier caso, te *hinchas a llorar, y descubres un montón de cosas del muerto, y de la muerte.
Entonces, te dicen que al día siguiente hay que decir unas palabras y que hay que seleccionar dos canciones. «Cristina se encarga». Yo me encargo. Inspirar, expirar, no pensar, lo que venga: Hallelujah de Jeff Buckley, Imagine de John Lennon. Por la noche no sé cómo conseguí escribir unas palabras. Le pregunté a mamá, «lo que digas me va a parecer bien». Mucha responsabilidad. Inspiré, me miré, expiré, sentí el agujero que el cilindro me acababa de dejar y pensé, «yo lo que quiero es llenar de amor este vacío».
Unas palabras
Unas canciones
Mi acompañante de vida, la Queso, pasó a por mí, me dio un diazapán y me hizo una meditación en el coche camino al tanatorio. Aguanté la misa pensando en otras cosas, que al cura no se le oía, que mi abuela estaba en su casa, que había mucha gente en la sala, que el ataud estaba cerrado, que cuántas flores…
Salí, recité. Papá, seguro que te encantó, fue toda una actuación. Fui un faro, miré a las personas por encima, no lloré. Preparada para hablar en público. Todo lo contenido se hizo cascada al volver a sentarme. Empecé a llorar sin consuelo, como si no llevara día y medio llorando. Nos trasladaron a otra habitación. Blanca, resplandeciente, con más flores. Suena Imagine, ¡qué bonita!, pienso, buena elección. Una señora desconocida habla, lee algo, soy incapaz de prestarle atención. Y zas, empieza a sonar Hallelujah a la vez que el ataúd se mueve hacia una compuerta, hacia el fuego. Me había pelado esta parte del rito, o no me había fijado hasta ese día, no lo sé, lo que sí sé es lo que me impresionó ese momento.
Cada vez que escucho Hallelujah en cualquiera de sus versiones me invade un amor infinito, una apuesta por que todo se transforma y un torrente de lágrimas. Esté donde esté. Tan alta tenga la energía. Me reconecto con papá y me pongo a llorar. La música hace que conectemos de otra manera con recuerdos de nuestra vida, ¿verdad?
Continuar
En un mes y pico cumplí 39… Y lo cierto es que no los cumplí. Hasta casi 2020 cuando me preguntaban de imprevisto mi edad decía que tenía 38. Tenía que pensar para corregirme. En febrero tuve claro que ese año sí volvía a cumplir años. Hice una gran fiesta, ¡he llegado a los 40! El viernes siguiente nos confinaron. Me apena muchísimo que todas las personas que han vivido la muerte durante esta pandemia lo hayan tenido que hacer solas en vez de acompañadas, con toda la familia, la del nacimiento, y la de la vida. Yo les necesité mucho a mi lado.
* ¿Sabes de dónde viene "hincharse a llorar"? Hay veces que nos sucede algo triste, o estamos viendo una película en la que hemos empatizado mucho con la historia de los personajes, y nos ponemos a llorar a cántaros. Cuando lloramos en mayor proporción, la composición química de las lágrimas aumenta en hormonas del estrés y disminuye la cantidad de sal. Esta sobreproducción excesiva causa la inflamación en las glándulas, siendo una de las razones principales por la que nuestros ojos se hinchan cuando lloramos.
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